El pecado comprometió la naturaleza del trabajo de manera fundamental en el sentido de que fisionó lo laboral y lo espiritual. Eso hace el pecado de manera transversal. Separar. Separa lo que en principio debe estar unido y une lo que en principio debe estar separado. En ese sentido, separó a de la corona de la creación (tú y yo) del Creador Dios y la atrajo a seguir la agenda del enemigo de Dios. Así es. El pecado nos ensució y rompió nuestra comunión con el Dios santo. Con el pecado en nuestros miembros habitando, el Dios perfecto y santo se vio compelido a echarnos de su presencia como el esposo que se aparta de su esposa que contrajo una enfermedad venérea por comportarse como una ramera. Sin embargo, Dios nos amó tanto que ante nuestro revés emprendió un plan para, por gracia, reconciliarnos con Él.
Ahora, entretanto no entramos en ese plan y el pecado nuestra vida domina día tras día, operamos al margen de nuestro propósito primario que es glorificar a Dios con la obra de nuestras manos. En palabras sucintas, el pecado nos separa de Dios y nos une al mundo. De esa manera el hombre pone su confianza en lo que hace, en lo que tiene y en quien cree que es. Esto, en vez de poner su confianza en quien lo creó y su propósito estableció. De modo que a causa del pecado el hombre pone su identidad en el trabajo, en su aspecto físico, en su intelectualismo y en el placer momentáneo, en lugar de ponerla en el Dios eterno, soberano y santo, santo, santo. De esa manera, confiando en sus proezas, títulos y riquezas, el hombre queda condenado pues nada de eso puede salvarlo de la muerte que viene a causa del pecado.
Así como el pecado compromete la relación del hombre con Dios, compromete su relación consigo mismo, con los demás y con toda creación en sentido general. Primero, a nivel individual, al margen de una relación con Dios, el hombre no sabe cuál es su propósito. Eso es como que un bate de béisbol no sepa para qué fue creado y termine, en vez de bateando, sirviendo como instrumento que un ladrón usa para hacer daño. Y es que el bate sin el bateador no tiene manera de saber por qué, para qué y para quién fue creado. Desconociendo esa información, se deja usar por el ladrón que su propósito adulteró.
Esa es, ciertamente, una gran tragedia. Que la corona de la creación se sienta vacía y despistada porque no sepa, o peor aún, porque no quiera supeditarse al propósito para el cual fue creada. Esto va más allá de la profesión que el ser humano elija o la que las circunstancias lo compelan a ejercer. La profesión no es más que la forma. Sin embargo, cuando la creación opera al margen de su Creador, lo que surge es un problema de fondo que tiene que ver más con la vocación que con la profesión.
En torno a la relación del hombre con los demás, vemos como el pecado ha distorsionado esa dinámica en el inmenso grado de desconfianza que impera en la sociedad. Por doquier vemos las contingencias que se emplean por la desconfianza que en la sociedad reina. Candados en las puertas, contraseñas en las cuentas, anti-virus en los sistemas, pistolas en la gaveta, separación de bienes entre quienes se han jurado amor por siempre y así sucesivamente. En la dinámica de trabajo particularmente, la relación entre seres humanos se ha visto afectada por el pecado en que a veces los subordinados no cumplen con las órdenes de sus superiores; en que en ocasiones los superiores abusan de su autoridad sobre los subordinados; en que a pesar de que existen reglas claras se hace necesaria la supervisión para su implementación; en que a veces miembros del mismo equipo se boicotean unos a otros en detrimento del colectivo; en que todo esto sucede por la envidia, la indolencia, el egoísmo, la insolencia y la hipocresía que caracteriza a la humanidad caída.
Finalmente, el pecado afecta la relación del hombre con el resto de la creación en que el hombre, por un lado, no ejerce fidedignamente su rol de mayordomo sobre lo creado y, por otro lado, en que la creación no se somete al dominio del hombre de manera pura y simple. Por el contrario, la creación, en ocasiones, termina esclavizando y causándole daño (huracanes, terremotos, sequías, epidemias) al hombre cuando, según el diseño original, el hombre había de ejercer perfecto dominio sobre la creación. De esa manera vemos como el pecado no solo separa lo que en principio debe estar unido, sino que también pone debajo lo que en principio debió haber estado encima. Asimismo, el pecado lleva al hombre a explotar irresponsablemente la creación cuando en principio fue designado para mayordomear, eso es cuidar y cultivar todo lo creado. Eso lo vemos, por ejemplo, en como el hombre contamina inescrupulosamente el medio ambiente.
Ante esta realidad circunstancial, el trabajo redentor del Maestro lo que busca es unir, enderezar y allanar lo que el pecado separó, torció y accidentó. Para que ese trabajo redentor que Jesucristo, por gracia, ya realizó en nuestro pro, opere en nuestro favor en la esfera laboral no podemos sucumbir a la exigencia del sistema de que nuestra fe no tenga nada que ver en nuestra dinámica de trabajar, de emprender, de seguir y de liderar a los demás. Por el contrario, debemos integrar nuestra vida espiritual a la laboral cual si fuesen, por lo que son, dos estrofas de la misma canción. Esto no quiere decir que nos desenvolvamos en nuestro trabajo como lo hacemos en los predios de la Igesia. Lo que sí quiere decir es que nuestra fe se debe distinguir y no encubrir en el discurrir laboral a medida que servimos a los demás emulando el ejemplo de Cristo, quien estableció el patrón de humildad, de obediencia y de sacrificio que debemos seguir los que le servimos. Así, con nuestro trabajo, generaremos beneficios que trascenderán lo material y repercutirán en la eternidad. Esa dimensión del éxito el mundo no nos la puede ofertar. Mas en Dios, por la gracia de su Hijo y el poder de su Santo Espíritu, dicho éxito es mucho más que una posibilidad, una certeza cuando laboramos en el marco de su divina voluntad.