M4l2004

La película de terror del aborto aniquilador lleva décadas rodando en países desarrollados. En Estados Unidos se presenta en cientos de salas a nivel nacional. Las personas que a ellas acuden entran de dos en dos, no en calidad de meras espectadoras, sino como figuras protagónicas. A medida que hacen su entrada, una de las personas se ve a simple vista. La otra reside en el vientre de la primera, en el lugar ideal para su desarrollo inicial. Sin embargo, irónicamente, aquel lugar idóneo para su desarrollo se constituye, de un momento a otro, en su cámara de ejecución cuando el doctor inserta instrumentos lacerantes seguido de un conducto que succiona lo que los abortistas llaman “el producto”. Ese “producto” que es, en efecto, un ser humano, es eliminado, en la gran mayoría de los casos, más que por razones médicas, por razones preeminentemente egocéntricas.

Así es, en Estados Unidos, el 75% de las mujeres que abortan el hijo que albergan en el vientre, lo hacen argumentando que tener el bebé comprometería su desarrollo académico, profesional y/o social en sentido general; el 50% decide abortar porque no quieren ser madres solteras o porque, simplemente, tienen problemas relacionales con el padre de las criaturas que cargan por encima de sus cinturas. Solo un 2% de las mujeres que deciden deshacerse del ser humano que se desarrolla dentro de su cuerpo, lo hacen porque el embarazo se produjo fruto de una violación, incesto o porque el niño fue diagnosticado con algún defecto congénito.

Desde que el aborto se legalizó en Estados Unidos el 22 de enero de 1973, la Suprema Corte de Justicia estableció que los gobiernos estatales no pueden regular el aborto durante los primeros tres meses de embarazo. Más adelante, en esa misma sentencia, se puntualiza que en el segundo trimestre de embarazo las autoridades estatales tienen la opción de regular el embarazo, pero solo en maneras que protejan la salud de la mujer. Respecto del tercer trimestre de embarazo, la Suprema Corte les otorga a los gobiernos estatales la autoridad de prohibir el aborto, excepto en casos que sea necesario para preservar la salud y la vida de la madre.

Dado el carácter vago del lenguaje de la sentencia en torno a la salud de la mujer, técnicamente el aborto en EE. UU. es legal desde la concepción hasta el nacimiento. Específicamente, la definición de salud que la Suprema Corte usa en su sentencia cubre un amplio espectro que va desde lo estrictamente médico hasta el extenso y flexible repertorio diagnóstico del cual gozan los psicólogos.

Hoy día en EE. UU., las feministas y otros grupos de intereses afines abogan para que el lenguaje que legaliza el aborto establezca que el mismo es legal “por cualquier razón o por ninguna razón en particular”. Es lo que podríamos llamar en buen dominicano un aborto “medalaganario”. Ahora bien, esto no siempre fue así. De hecho, el movimiento abortista en EE. UU. tuvo como argumento central, por un periodo de tiempo, las famosas tres causales que hoy son el objeto de debate aquí en la patria de Juan Pablo Duarte. Sin embargo, si nos vamos a la génesis del movimiento abortista en la tierra de George Washington, tendríamos que hablar de la Sra. Margaret Sanger, fundadora de Planned Parenthood, la entidad que, en la actualidad, tiene a su cargo la mayor cantidad de salas donde se rueda la película de terror del aborto aniquilador en numerosas tandas semana tras semana.

Inicialmente, la Sra. Sanger abogó por el aborto motivada, fundamentalmente, por el racismo y la eugenesia. Estas, dicho sea de paso, fueron, básicamente, las motivaciones de Adolfo Hitler y sus secuaces para llevar a cabo el exterminio de más de seis millones de judíos a finales de la primera mitad del vigésimo siglo después de Cristo.

Como modo de obviar el origen oscuro del movimiento abortista, los paladines del sector progresista han empleado un lenguaje positivo para avanzar su causa. Por ejemplo, ellos se hacen llamar los “pro-libertad de decisión” (pro-choice) en vez de los “pro-aborto”. Dicen estar a favor de los derechos de la mujer en vez de establecer que están en contra de reconocer que el bebé que se encuentra dentro de la mujer es un ser que tiene derechos también. En ese sentido, cabe señalar que para principios de los años noventa la primera dama de los EE. UU., Hillary Clinton, abogaba por un aborto seguro, legal y raramente practicado.

Lastimosamente, como sabemos, desde su legalización, el aborto en EE. UU. no ha sido para nada algo raro. Por el contrario, ha sido practicado de manera profusa al punto que hace tan solo unos años, el 29% de los embarazos en Washington, DC, terminaron en aborto. En términos agregados, en los 47 de años que lleva de legalizada la interrupción del embarazo, en Estados Unidos se han abortado más de cuarenta y cuatro millones de bebés, en su mayoría, proporcionalmente hablando, afroamericanos. Llama la atención que los líderes del movimiento Black Lives Matter no usan su capital político para buscar solucionar este problema que opaca a todos los demás por los cuales ellos salen a protestar, a robar y a vandalizar.  

En lo que atañe a República Dominicana, hoy por hoy, el juego parece estar armado para la legalización del aborto dentro del marco de las tres causales. El presidente Luis Abinader se expresó en favor del particular durante la campaña electoral. Curiosamente, la Licenciada Raquel Peña, quien él escogió como compañera de boleta y que hoy, consecuentemente, ocupa la vicepresidencia, se opone vehementemente al aborto en todas y cada una de sus formas. Quizás de mayor peso es el hecho de que el PRM, como institución política, está a favor de las tres causales y, además del presidente Abinader, tienen el liderazgo feminista de Faride Raful quien está empecinada en materializar la agenda abortista en su gestión como congresista.

Dicho todo esto, que nadie se llame a engaño. Como demuestra el patrón estadounidense y el de muchos otros países de occidente, la agenda de los abortistas va mucho más allá de las tres causales. Esa argumentación tripartita no es más que un punto de partida; el de menos inercia en una agenda ambiciosa que busca institucionalizar no nada más el aborto, sino también una retahíla de políticas anti-familia que debemos parar en seco aun antes de que lleguen al foro del Congreso. Si ahí llegan y efectivamente se aprueban, el destino inexorable de las tres causales será la conformación de un sistema deplorable donde el inocente no estará seguro ni el vientre de su madre.

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