Tradicionalmente en las ciencias económicas los tres factores de producción a considerar a la hora de elaborar un bien o servicio son tierra, capital y trabajo. Sin embargo, existe un cuarto factor que constituye la columna vertebral que sostiene y moviliza a los otros tres. A ese factor se le denomina liderazgo, emprendimiento o know-how.
A pesar de la preeminencia que tiene este factor sobre todos los demás, el mismo es, a veces, el que menos atención recibe por el hecho de que es el menos visible de los cuatro. La tierra, el capital y el trabajo son insumos visibles y tangibles. Por tanto, las personas que toman decisiones primordialmente dentro de un marco cortoplacista le prestan un nivel de atención desproporcionado a estos tres factores al tiempo que soslayan y, consecuentemente, sub-utilizan el potencial que tiene el recurso humano en la función de producción.
Dado el hecho de que en un sistema político clientelar los líderes se enfocan más en lo inmediato que en el desarrollo a largo plazo, los recursos humanos de alto potencial que operan dentro de él no gozan del espacio necesario para materializar dicho potencial. Esto debido a que no operan en una cultura meritocrática de investigación y desarrollo, interesada en generar conocimiento más allá de simplemente consumir y reproducir datos. Eso es lo que hace falta. Un sistema meritocrático dotado de una estructura que a través de su aparato institucional sea efectiva en premiar lo bueno y castigar lo malo, independientemente de quién lo haya perpetrado.
Por ese motivo países ricos en recursos como el oro, la plata y el petróleo que provienen de la tierra se mantienen en el sub-desarrollo. De hecho, apoyándose en estos recursos visibles gran parte de las economías emergentes no hacen una inversión suficiente y eficiente en capital humano el cual es, más allá de toda sombra de duda, el factor sine que non para la industrialización y modernización de cualquier nación.
Para cultivar el capital humano de acuerdo a la importancia que el mismo representa es imperioso que los líderes a la cabeza de las principales entidades políticas, empresariales, académicas y eclesiales se rijan por valores meritocráticos, no clientelares. Más aún, es preciso que estos líderes estén apropiadamente entrenados en el arte y ciencia de la buena administración y, sobre esa base, se preocupen más por hacer lo que es correcto que por ser populares a expensas de crear un futuro donde todos los sectores de la sociedad alcancen un mejor y mayor estado de bienestar.
En lo que respecta a Latinoamérica, para que un liderazgo orientado a la potencialización del cuarto factor emerja y se establezca es necesario que el liderazgo actual, que es preeminentemente clientelar, sea sustituido por líderes cuyos principios los inclinen a prestarle atención a lo invisible; a la ética, a la moral, a la justicia, al conocimiento, al talento y al emprendimiento.
Si no sucede ese relevo, entonces el liderazgo clientelar de la actualidad continuará maniobrando para “ganar” el próximo concurso electoral malversando los recursos de tierra, capital y trabajo para beneficio partidario. No cabe dudas que bajo ese esquema de liderazgo caprichoso permaneceremos en nuestro estado actual de sub-desarrollo. Por tanto, si verdaderamente queremos avanzar, tenemos que cambiar adoptando un modelo de liderazgo weberiano; uno que entienda que la punta de lanza del progreso no está en los primeros tres factores, sino en el cuarto factor de producción: el liderazgo de visión. Ello es lo único que, en esencia, tiene potestad y corazón para mayordomear la nación con sentido de propósito y de dirección hacia una realidad donde aprovechemos al máximo nuestro potencial de crear, servir e innovar.