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La famosa alegoría de la caverna esbozada por Platón en el libro VII de la República podría ser denominada en el siglo XXI como la alegoría de la empresa. Esto es de la empresa que solo busca mejorar su utilidad obviando mejorar el bienestar de los recursos humanos que laboran con cadenas invisibles en pro del éxito del jefe quien, como esgrimió Martí, “de sus empleados el sudor sangriento torcido en oro descuidado bebe”. Estos recursos que son personas que anhelan y sueñan o alguna vez soñaron muchas veces terminan convirtiéndose en autómatas que hacen y no piensan en lo que hacen, por qué lo hacen y qué cosas están dejando de hacer al hacer lo que están haciendo. Lamentablemente tal es el predicamento de muchos profesionales de la actualidad los cuales comprometen el desarrollo de la plenitud de su potencialidad por obtener y mantener cierto grado de comodidad aunque esto signifique el estancamiento y la mediocridad.

Si no tenemos cuidado y creamos conciencia sobre la gran diferencia que existe entre la mediocridad y la excelencia, nuestro cubículo u oficina se puede convertir en la cueva platónica del mundo material donde predominan las sombras que se proyectan en nuestra mente a través de la luz tenue que desprende el computador, el teléfono, la tableta, el televisor. Sí, tenues, aunque gran esplendor proyecten pues son como la luz blanca pasada por el prisma. Luz que dividida en sus siete colores es más atractiva, pero su atracción no carga el poder de la luz blanca en plena concentración. Ese tipo de luz son sombras que, a final de cuentas, se constituyen en apariencias inverosímiles de la realidad cuyo desconocimiento nos mantiene al margen de la verdad libertadora de nuestra naturaleza emprendedora. 

Por esta razón las empresas y profesionales exitosos de este tiempo deben buscar atmósferas de trabajo que demanden la aplicación de inteligencia empresarial y el desarrollo de habilidades relevantes acompañadas de un espíritu emprendedor que desplace el estupor que caracteriza la rutina laboral monótona y tradicional. En la economía de la información y del conocimiento, donde tenemos las condiciones para la coexistencia de la cooperación y la competencia, la ciencia y la espontaneidad, el trabajo y el descanso en dimensiones e interacciones ganar-ganar, se necesitan individuos dispuestos a sacrificar sus intereses individuales en pro del desarrollo de una causa, de una idea que conjugue unidad en la diversidad para beneficio de la colectividad.

No necesitamos jefes ni capataces. Lo que demandan los tiempos son sabios maestros y líderes capaces de identificar, potencializar y dirigir el talento individual en el contexto de un fin universal de carácter transcendental. Precisamos líderes y maestros cuya sabiduría contemple lo que desconocen de modo que enseñen lo que conocen con humildad y apertura a una dialéctica respetuosa y edificante donde no nada más se consuma, sino que también se genere conocimiento transformable en acciones loables, rentables, sostenibles y responsables. Estos líderes y sabios maestros, en turno, solicitan más que meros seguidores, maestros y líderes en potencia, estudiantes diestros cuya mayor destreza sea la disciplina, la innovación y la obediencia. 

Sucintamente, el escape de la cueva platónica de las sombras al mundo de las ideas innovadoras se logra a través de un liderazgo que valore lo intangible sobre lo material, sin dejar de demandar resultados medibles al tiempo que fomenta la búsqueda de lo invisible, de lo que no existe en materia, pero posiblemente esté en una dimensión etérea de la naturaleza. Así se cultiva y se protege tanto la producción en el corto plazo como los resultados en el mediano y largo plazo, sobre la base de una visión que transcienda la empresa sin comprometer su relevancia material en el hoy y en el mañana.

Es ese tipo liderazgo que crea la estructura donde el emprendedor puede llegar, entender y masificar la simplicidad que va más allá de la complejidad cual Henry Ford simplificó las tareas de producción para la creación del famoso Modelo T con personas haciendo lo mismo en línea, una y otra vez. “Pero Ford convirtió al hombre en autómata” dirán algunos. Ante eso yo diría “sí, pero no”. Sí, en el caso de que el hombre empleado en la planta Ford haya visto su empleo como un  destino y no como un peldaño. No, si el empleado aprovechó su tiempo para observar la dinámica de producción, hacer algo de dinero y cultivar relaciones con posibles socios para su futuro negocio. 

La empresa, la familia, la academia y la iglesia, a diferencia de la caverna descrita por Platón en el año 380 antes de Cristo, pueden constituirse en incubadoras de culturas emprendedoras, en matrices donde el emprendedor se desarrolle de cigoto a embrión a feto para en la hora indicada desprenderse del cordón umbilical y así comenzar a forjar su propia identidad empresarial. Para que esto suceda tenemos que proceder de manera intencional teniendo en cuenta que la inercia del status quo siempre querrá coartar la transformación de lo bueno a lo mejor. Inspirados en la filosofía platónica de la caverna formulemos una filosofía simbiótica de la empresa en la era posmoderna que se case con resaltar y no menoscabar la excelencia de la esencia del recurso humano que es, en efecto, el factor causal de la dinámica empresarial. 

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