Palacio Nacional

Según escribió Thomas Hobbes en su libro Leviatán, el hombre en su estado de naturaleza es egoísta hasta la saciedad e inescrupuloso en su búsqueda insaciable de lo económico, lo político y lo sensual. Por lo tanto, argumenta Hobbes, es necesario que un Leviatán u hombre fuerte esté en autoridad para evitar lo que él describe como una “guerra de todos contra todos” en la sociedad. De esa propuesta nace el llamado contrato social a través del cual el ciudadano cede derechos al Estado. Esto a cambio de protección así como de la creación, manutención y mejoramiento de una atmósfera conducente al desarrollo de una vida floreciente.

Si bien es cierto que en los últimos veinte años el gobierno dominicano ha implementado medidas que han viabilizado un desarrollo económico vertiginoso, no es menos cierto que la práctica político-clientelar ha jugado un rol estelar devengando riquezas que ni se pueden mencionar. Riquezas que tienen al Estado en sobrepeso y al pobre sin un peso. Esa realidad pone en evidencia la falta de transparencia que existe en un sistema donde el gobierno incumple con el contrato soberano de honrar el sudor del erario. Entretanto el pueblo prostituye el sufragio dándolo por puesto, botella y papeleta . . . así sacrifica su gran potencial existencial. Por un risible beneficio vergonzoso, efímero y terrenal.

O democracia fornicaria la que se deja seducir por el poder que la saca a comer, pero después de utilizarla y experimentar con ella el placer la rechaza y la deja violada y olvidada. O democracia solitaria que el poder dejó embarazada de millones de almas desempleadas, en el campo y en la ciudad abandonadas. O democracia cristiana, empresaria, y revolucionaria la que demanda la patria dominicana para ser restaurada según fue soñada en sus inicios por las mentes y corazones de los patricios que hoy retumban en sus tumbas.

Más allá de los poéticos oficios que a mi humilde juicio son necesarios en estos tiempos donde abundan tantos vicios disfrazados de virtud, la razón de ser de mis líneas es decir lo cierto y poner de relieve lo incierto de nuestro futuro como nación si el pueblo no toma posesión y se vale en el gobierno de una fidedigna representación. Es lamentable el hecho que independientemente de quien elijamos este próximo 15 de mayo, el Estado está predestinado a ir de un mero sobrepeso a una condición donde estará oficialmente obeso  . . .  y el pueblo quedará simplemente con las migajas de sus excesos.

Las alianzas políticas que se han forjado en el actual concurso electoral apuntan a un crecimiento desmesurado de la nómina gubernamental seguida o precedida de un incremento en la tarifa fiscal para poder sufragar el compromiso clientelar. Todo esto mientras el Leviatán incumple el contrato social hobbesiano dándole rienda suelta a los instintos egoístas de su naturaleza. Consecuentemente el pueblo vive en una atmósfera sub-óptima para su desarrollo y la superación de sus escollos. Día a día el ciudadano dominicano transita desprotegido en una jungla de concreto llamada Santo Domingo. Jungla donde matan y roban en pleno sol de mediodía, donde el tráfico se tranca a toda hora a pesar de los modernos metros, los túneles y elevados que han elevado el estatus económico de unos pocos sin haberse resuelto satisfactoriamente los problemas de los hijos de Machepa.

Que conste: aplaudo el desarrollo infraestructural que ha tomado lugar en el sector transporte. Sin embargo, la efectividad del mismo ha sido contrarrestada por una muy alta migración interna del campo a la ciudad capital. De modo que la solución al problema no está solo en la modernización del sistema vial, sino también en la creación de oportunidades en otras ciudades del país y en la zona rural. Esto se sabe, pero no se hace simplemente porque invertir en las urbes donde se concentra la mayor cantidad de votantes le genera un mayor retorno electoral al Leviatán. Esa dinámica de gobernar y hacer política, de actuar para salir bien en las próximas elecciones a expensas del bienestar de las próximas generaciones, fomenta y perpetúa un desarrollo grotescamente desbalanceado que tarde o temprano puede resultar en un colapso.  

No obstante las dificultades, quiero pensar, insisto en soñar, que en República Dominicana y en la región latinoamericana salimos y saldremos hacia delante. Tal como lo hemos hecho a través de nuestra historia, subsistiendo en medio de los atropellos perpetrados por los nuestros que ponemos en el gobierno. Mas en este tiempo es preciso emprendamos trascendiendo de un estado de mera subsistencia a uno que ponga en evidencia la excelencia de nuestra esencia con la presencia de un gobierno limitado, meritocrático, eficiente y verdaderamente democrático. Ese es el sueño duartiano el cual esta generación de empresarios y ciudadanos comprometidos con la conservación y el cambio debe comenzar a realizar aquí, ahora, sin más demora.