Jonathan D'Oleo Puig

Emprender es comunicar de modo tal que el mensaje verbalizado se convierta en una serie de acciones palpables, replicables, rentables y masificables. La construcción del mensaje, por lo tanto,  debe valerse de una tesis que pueda llevarse a la acción, experimentación y validación dentro de un marco de tiempo determinado.

 Lograr esto conlleva conocimiento de los elementos fundamentales de la metodología científica esbozada por Galileo Galilei.  Partiendo de la observación e identificación de necesidades latentes y manifiestas en la sociedad actual, el comunicador-emprendedor elabora la tesis de su mensaje con las variables de causa y efecto claramente subrayadas.

La tesis del mensaje podría ser, por ejemplo, que mientras más educación tenga el pueblo, mayor será su nivel de ingreso. En esta hipótesis la educación es la causa y el ingreso el efecto. Al escuchar y entender la relación positiva entre causa y efecto, los que quieran más ingresos se sentirán motivados a actuar para adquirir más y mejor educación.

El efecto, en este caso, se vende como el premio a obtener. La causa, por su parte, representa el precio a pagar. En principio todo el pueblo está interesado en devengar un mayor ingreso, pero no todos necesariamente estén igualmente comprometidos a involucrarse en el proceso educativo que les permitiría generar mayores ingresos.

Para que la tesis sea una que comunique acción su articulación debe ir acompañada de la provisión de una herramienta asequible y efectiva para su aplicación. Por ende, el comunicador-emprendedor, debe, en un mismo respiro, hablar del premio y del proceso al tiempo que ayuda al que quiere el premio a dar los primeros pasos en el proceso.

A final de cuentas para que el comunicador-emprendedor sea efectivo en su gesta por catalizar acción, debe ser un líder poseedor no nada más del poder de la palabra, sino también de la palabra del poder. Dicho de otra forma, el comunicador-emprendedor debe no nada más articular, sino que también debe encarnar el contenido de su mensaje.

Oí decir alguna vez que “si nuestra vida no es el mensaje, nuestro mensaje no tiene vida”.  De modo que más allá de la técnica y de lo técnico, la efectividad del comunicador pende de su habilidad de representar fidedignamente el mensaje comunicado. Esto no quiere decir que el comunicador no deba comunicar una idea más allá de su realidad actual. De ser así amputaríamos la visión de futuro de la cual debe gozar todo buen discurso. Lo que establece esto que podríamos llamar el principio de correspondencia entre el mensaje y el mensajero es que para que el poder de la palabra tenga a su vez el peso de la palabra del poder, el mensajero tiene que tener en su haber las condiciones morales y profesionales para materializar la plenitud de su mensaje.

 

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