William Edwards Deming, extinto asesor empresarial y uno de los gestores del renacimiento industrial japonés, puntualiza en su libro “Saliendo de la crisis” que el que se prepara para lo peor es al que le va mejor. Al que se acomoda, en cambio, le sucede cual camarón que se duerme y se lo lleva la corriente. Deming valida esta tesis señalando, entre otras cosas, el hecho de que los cuerpos de bomberos que entrenan más rigurosamente para responder a escenarios catastróficos e improbables son los que exhiben el mejor desempeño en su labor de cuidar a la población.
De acuerdo a la firma de asesoría McKinsey, hoy por hoy alrededor de 49% de los empleos pueden ser reemplazados por robots o máquinas codificadas con algún tipo de inteligencia artificial. En otras palabras, la innovación y la tecnología están y continuarán destruyendo más y más empleos tradicionales cada día. Empleos del tipo que no requieren de una mente creativa y se caracterizan por una dinámica repetitiva que puede ser programada y monitoreada con una empleomanía reducida.
En virtud de esa realidad ¿cómo ha de responder la sociedad? ¿Tomando armas y procediendo cual lo hicieron los leninistas a principios del siglo pasado? ¿O cual lo hacen un sin número de sindicatos de la actualidad que estancan el crecimiento y dominan al Estado?
Emular esos malos ejemplos no son la receta del progreso. La respuesta de la sociedad a la transformación económica que está tomando lugar a nivel mundial debe ser una en la cual y con la cual se eduquen a los recursos humanos en el arte y ciencia de agregar valor a la labor. Esto, en vez de fomentar el sudar con la frente a medida que desarrollan una labor que no utiliza el poder inteligente que tienen detrás de la frente que suda y no sueña ni se empeña en aprender a emprender antes de que la máquina lo reemplace en su monótono quehacer.
Para evitar esto último ¿qué hacer? ¿Impedir la incursión de las máquinas para mantener a las masas ocupadas y no tristemente desempleadas? Eso es una opción, pero no es la solución al problema de subdesarrollo y de pobreza que pulula en nuestras tierras preñadas de riqueza.
Eventualmente, si obstaculizamos la automatización localmente, nos veremos rezagados globalmente a medida que otras economías adoptan exitosamente las nuevas tecnologías. Bajo esas circunstancias la economía local será menos competitiva, lo que inevitablemente redundaría en una economía frágil y deprimida.
La solución, entonces, está en tener una ciudadanía diligente, inteligente y creativa. Una que sepa aprovechar la bendición de la tecnología a medida que la misma la libera de tareas repetitivas y le oferta la oportunidad de desarrollar actividades más significativas.
¿Cómo cultivar ese espíritu en la ciudadanía? Entre otras cosas, a través de la eliminación de la sobre-regulación, la prevención y el escarmiento de la maldita corrupción, y la instauración de programas de capacitación y entrenamiento en áreas relevantes a las necesidades económicas tanto del presente como del futuro. Futuro que se materializa con marcada celeridad y que no esperará por la transformación de nuestra fuerza laboral si nos decidimos quedar atrás.
Por lo tanto, decidamos hoy avanzar y no mirar jamás hacia atrás, sino aspirar y trabajar por crear una mejor realidad para todos y cada uno de los miembros de nuestra sociedad. No enajenándonos de la realidad de la nueva economía mundial, si no aprovechándola adiestrando nuestras mentes y nuestras manos para realizar la actividad creativa y así escapar de las garras destructivas de la tecnología que se adueña de las tareas monótonas y repetitivas.