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El modelo de sustitución de importaciones para la industrialización fracasó en Latinoamérica, pero triunfó en Asia. ¿Por qué? ¿Qué tiene Oriente que no tiene México, Venezuela Centroamérica, el Caribe y el hemisferio sur de nuestro continente?

Antes de contestar esas preguntas primero expliquemos de qué trata el mencionado modelo. Empecemos ese ejercicio analizando la nomenclatura del sistema: sustitución de importaciones para la industrialización. ¿Por qué hay que sustituir la importación para industrializar el país? Partiendo de la premisa que un país sub-desarrollado produce bienes primarios para intercambiarlos por bienes industrializados provenientes de países desarrollados, la teoría económica denominada "de la dependencia" establece que el país sub-desarrollado se estancará en su estado de subdesarrollado si no hace la transición a la producción de bienes industrializados.

Según los abanderados de esa teoría, dicho estancamiento toma lugar debido a que los términos de intercambio son desfavorables para los países que venden productos primarios y compran bienes industrializados ya que los productos con valor agregado gozan de una mayor elasticidad de la demanda. Esto en relación tanto a precio como a ingreso. ¿Qué quiere decir esto? Nada más y nada menos que usted y yo incrementamos nuestra demanda de productos de valor agregado a medida que el precio de estos disminuye y nuestro ingreso aumenta. No así con los productos primarios cuya demanda es relativamente insensible a la variación en el precio del bien y el nivel de ingreso del consumidor.

Por ejemplo, el azúcar y el café son productos primarios. Si el ingreso de una persona aumenta de US$20,000 al año a US$40,000 al año, su consumo anual de azúcar y café no va a aumentar significativamente como resultado. En cambio, su demanda de bienes con valor agregado como automóviles, teléfonos móviles, zapatos y computadores sí aumentará de manera considerable.

Ante esa realidad, un país cuya producción preponderante sea de bienes primarios experimentará un nivel de desarrollo no solamente limitado, sino también altamente concentrado en las manos de aquellos que tienen el control de los medios de producción, distribución e intercambio. Esta concentración extraordinaria del crecimiento se debe a que el insumo utilizado en la extracción de materia prima es, mayormente, mano de obra de baja calificación. Dada la irrisoria remuneración que reciben las personas que ofertan dicha mano de obra, el crecimiento experimentado fruto de la extracción de materia prima no se derrama a través de la economía, sino que se acumula en la cúpula de dueños de los predichos medios.

Cabe señalar que dicha cúpula no necesariamente reinvierte sus ganancias en la economía local de forma tal que el aparato productivo nacional pueda hacer la transición a una verdadera industrialización de los modos de producción. ¿Y a qué se debe la renuencia a hacer una inversión que posibilite la transición hacia la conversión de bienes primarios a productos con un grado significativo de valor agregado? Se debe, en parte, al carácter oligopólico del sistema económico de las naciones que están en estado de sub-desarrollo. Bajo ese esquema oligopolístico, las compañías principales tienen la tendencia a apostar no por el cambio, sino por perpetuar el statu quo que protege sus intereses y bloquea la entrada al mercado de otros jugadores que le hagan competencia y pongan en evidencia la ineficiencia con la cual ellos operan.

A diferencia de la extracción de materia prima, la producción de bienes con valor agregado requiere de mano de obra calificada. Esta mano de obra calificada es remunerada con salarios competitivos lo que redunda en un efecto de derrame en la economía nacional producto del crecimiento generado a partir de la producción de bienes con un alto grado de valor agregado. El efecto de derrame, a su vez, da lugar a una distribución más balanceada de la riqueza lo que representa un mayor bienestar para la nación entera.

Entonces, retomando la pregunta inicial, ¿por qué países del sudeste asiático se desarrollaron bajo el modelo de sustitución de importaciones mientras que los latinoamericanos no lo logramos? Considerando los planteamientos hechos anteriormente, la respuesta es evidente. No lo hemos logrado porque no nos hemos empoderado con un liderazgo que contrarreste los intereses oligopólicos que operan en detrimento de la potenciación del talento del ciudadano promedio. Intereses que, dicho sea de paso, se alimentan de la ignorancia del pueblo y de la corrupción que pulula en los gobiernos.

Indudablemente, la región que comprende México, el Caribe, Centro y Suramérica goza de una mayor riqueza natural que la existente en los países que se han industrializado en el sudeste asiático. No nada más eso, nuestros países latinoamericanos tienen al socio económico más poderoso del mundo a unos pasos al norte lo que representa una gran ventaja logística que ha sido subutilizada merced de las deficiencias institucionales e infraestructurales en nuestras sociedades.

Por tanto, lo que nos hace falta es un liderazgo con capacidad de articular y ejecutar una estrategia de crecimiento integral con solidez institucional. Un liderazgo con columna vertebral ética y moral que no se quebrante con los chantajes y sobornos que han mantenido a nuestros pueblos enajenados de montarse en un tren de desarrollo profundo, pleno y sostenible.

Para generar ese liderazgo en este momento histórico de nuestra realidad política y socioeconómica, tenemos que entender que el mismo no se reduce a la figura de un hombre o una mujer. En cambio, se construye sobre la base de un despertar de la conciencia colectiva que nos lleve a proceder con disciplina hacia la consecución de la maduración de nuestras economías. Esto con un enfoque largoplacista, no electoral y oportunista, del proceso de crecimiento que podría devengar extraordinarios dividendos que permitan no solo el sustento, sino también la oportunidad de que la presente y subsiguiente generación pueda emprender vuelos en nuevos y mejores niveles de desempeño.    

 

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